martes, 6 de mayo de 2014

Azul

Eran las 16:24 cuando entablé conversación con el hombre del metro. Vestía pantalones chinos azul marino con un claro desgaste, un polo rojo deportivo y unos zapatos viejos de color negro que parecían haber sido elegantes en su día. Su pelo era blanquecino, aunque tenía más bien poco. Por su parte, en su expresión había cierto aire de enfado, asco y sorpresa. Antes de que molestarle hablándole se encontraba haciendo un pasatiempo en una revista de las que incluyen sopas de letras y sudokus. Al tener el cuaderno cerca de la cara, se podían ver sus manos que eran asombrosamente juveniles. Sin embargo, sus uñas eran amarillentas y carcomidas. A su lado llevaba un carro con cajas de madera, atadas a éste mediante una cuerda verde. Cuando menos me lo esperaba, pegó un grito al aire:

- ¡Joder! ¿Esto qué es?- Y siguió resolviendo el autodefinido.

Cada vez se subía más gente al metro. A mi lado izquierdo tenía una mujer que llevaba un cuaderno semejante al del señor del metro. También había una mujer con los ojos vidriosos, otra que miraba el móvil y una mujer mayor a la que no cedí el asiento. Otra mujer me miraba quisquillosa. Sus ojos eran bonitos, de un tono verdoso profundo. No sé por qué me miraría, pero yo empecé a imaginarme su vida. De hecho, empecé a imaginarme la vida de todas las personas de mi vagón. Imaginaba que la mujer de los ojos vidriosos lloraba por dentro, asqueada por su trabajo. Seguro que tenía hijos y un marido al que no quería. Por su parte, la mujer que resolvía sudokus a mi lado era una ejecutiva de bajo standing que tenía que viajar en transporte público para llegar a fin de mes. La chica que miraba el móvil estaba discutiendo con su pareja. Estoy seguro. Y la mujer que me miraba veía en mi un parecido con un familiar. Seguro que ella también empezó a imaginar mi vida.

Sin embargo, del hombre del metro con el que entablé conversación no me hizo falta imaginar su vida, pues ya la conocía. El hombre del metro con el que entablé conversación era un fantasma. Sí, eso es, no podía ser otra cosa. Yo lo sabía. Nada más verle lo supe. Su vida diaria consistía en asustar niños, en ahuyentar los habitantes de las casas, en definitiva, hacer todo lo que hacía un fantasma. El señor del metro con el que entablé conversación estaba muerto. Estoy seguro.

Eran las 16:24 cuando me bajé del metro y me choqué con un hombre que iba haciendo autodefinidos. Fue entonces cuando entablé conversación con él.

-Disculpe- Le dije.

Y sonrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario