jueves, 28 de noviembre de 2013

El agujero de debajo de la cama o una historia de miedo y amor

No es un cuento de "érase una vez", porque no era, sino que es y será. No es una historia cualquiera, porque esas historias tienen principio y final, príncipes que son sapos y princesas con el pelo tan largo que es imposible sin extensiones y, aunque este cuento tenga sus sapos y sus princesas de pelo (y corazón) un poco falso, este cuento no es "un cuento", es "nuestro cuento".
Esto es una historia de dos, de tres, de... cinco que acabaron siendo dos, pero sin matar a nadie.

Comienza la historia hace tiempo, con un corazón desgastado por dos que, sin saber muy bien como hacerlo, rompieron el amor y, con otro corazón que con tantas ganas de amar se rompió a si mismo una vez y con ayuda otra, y es que hay príncipes que nunca dejaron de ser sapos después del beso, y princesas que ni empezaron a serlo. Por eso esta historia es diferente, porque no se sabía si juntando heridas las sumarían o las eliminarían.

La del corazón machacado decidió machacarse, era tan pequeña que jamás lo notaron... Excepto él, porque era muy grande (de corazón) y sabía que ella no estaba bien, lo supo por sus palabras, por la forma de expresarse y porque siempre parecía un grupo de ritmos lentos, de domingo, de llorar. Ella ya sólo creía en el amor como decepciones, y mientras se enamoraba, entre risas, palabras, su voz (y su acento), crecía un monstruo bajo su cama, uno al que ella tenía verdadero miedo, con nombre de decepción y que acompañaba en la soledad, para hacerla más horrible.

Lo sentía bien fuerte, bien dentro, debajo de su cama, en el vibrar de su móvil, lo sentía al andar o al sonreír, el monstruo crecía, el miedo también, y temblaba al hablar, temía cualquier cosa que dijese, cualquier cosa que provocase el ataque del monstruo.

Pero un libro de los de niños, de los que jamás leemos porque nos creemos demasiado maduros y demasiado adultos como para asomarnos a sus sabias páginas llenas de colores y de bonitas palabras, le enseñó una lección: el miedo crece si tu le haces crecer, si tu te creces, el miedo acabará por desaparecer. Y tras unas cuantas lágrimas y un ratito con temblor en las manos, decidió meterse debajo de la cama, y razonarle al monstruo que no tenía miedo, que jamás podría con ella, le contó la situación, su pasado, su presente, y a quién quería en su futuro y, como por arte de magia, el monstruo desapareció, dejando en su lugar un agujero bajo la cama.

Tras una noche de lo más rara, ella se dio cuenta de que su vida había cambiado y, lo mejor, que sus vidas habían cambiado, que todas las noches estarían juntos en sueños y que, en determinados momentos, llegarían a besarse e incluso a sentirse. Y aunque lo peor era despedirse, siempre se daban las buenas noches, esperando a soñar el uno con el otro, esperando despertarse y saber que realmente se verían, con la certeza de que esta es una historia diferente, con principio, con futuro y sin final.

Puede que no siempre pase, las heridas de cada uno lo dirán, pero, en este caso, juntando heridas consiguieron curarlas.







lunes, 25 de noviembre de 2013

Escribo para recordar

Me he detenido en los últimos meses tantas veces a pensar "volverá", que se me olvida que no está. 

No sabría cómo explicar este escrito, básicamente porque tú, que dios sabrá cómo has caído en esta entrada no tienes idea alguna de lo que estoy escribiendo. Es sencillo, hablo de algo que me ha pasado este año, no quiero dar ningún tipo de dato al respecto, sólo existirá una persona en toda la faz de la tierra, que si quizá que por remota que parezca la posibilidad, se para en un instante a leerlo lo sabrá, lo sabrá porque aunque tuviese en ese momento dos millones de palabras en la boca, en la mirada tenía la de verdad "quédate". No hablo de amor, lo decía Lope: el que lo probó lo sabe, y yo aún no sé a que sabe; quizá fuese o quizá no. 

Quiero escribir ésto porque no sería capaz jamás de reconocerlo. Y ninguna historia acaba bien, y esta no iba a ser menos, me lo he justificado de tantas maneras que no me las he creído ni yo, "no era para tanto", "era poesía", "me lo merecía"... pero despertó mi instinto asesino. Yo ahora estoy escribiendo mi libro, algo que quiera o no va a tener brochazos de esta historia, y en mi libro vendrá explícito y nadie se dará por aludido. 

Yo, al fin, he dejado de pensar en cuándo volverá, sustituyendolo  por "¿nos volveremos a encontrar?". Quién sabe si en otro tiempo o en otro lugar, más viejos y sabiendo algo más de la vida, que hasta ahora no teníamos ni idea, por lo menos hablo en primera persona. 

Si algún día, remoto que sea, lees esto, lo lees y sabes que aludo a ti, contéstame. 

Desde aquí te prometo que sólo te olvidaré lo suficiente para recordarte cada mes, y que todo te irá muy bien.


Pd: De poeta y de loco,
todos tenemos un poco.

sábado, 16 de noviembre de 2013

tienes los ojos cansados

Tienes los ojos cansados,
y la melodía ha penetrado en tu pupila,
es frívola y desafiante,
te da un toque interesante.

Tienes la mirada perdida,
y sigues sin encontrarla,
deja de castigarte,
eres un verso andante.

Tienes las ojeras tatuadas,
y la madrugada ha entrado
a buscarte,
la luna está expectante.

Tienes la sonrisa escondida,
y las manos frías,
pero conseguiste probarte
el significado de ser amante.

Tienes los ojos cansados,
porque miras
la vida
buscando responderte:

"¿Qué es poesía?"

Y ahora 
tienes cuchillos en 
tu pupila,
de tanto ser tú
toda mi poesía.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Cenizas

Encendemos una barra
de incienso.
Y la llevamos por la casa
de la mano.
La agitamos por el pasillo,
la agitamos por el baño,
la agitamos en la sala
y acabamos fuera
en la terraza.
Y la dejamos consumirse
y ¿su aroma?
Su aroma al viento
y sus cenizas,
al cenicero.