domingo, 5 de enero de 2014

No todas las puertas del metro se abren por la izquierda.

Ahora todos los coches van en dirección contraria. Como si de un universo paralelo se tratara, todos los coches en circulación del estado se mueven por dirección prohibida. Todo ocurrió durante la noche de Reyes de un 2014 recién estrenado, aunque más que la noche de los niños parecía la noche de brujas. Sumida en la oscuridad, una fría Madrid mojaba tanto con su lluvia que penetraba en los huesos como con el frío húmedo que hacía lo propio. Las calles, vacías; los sonidos, huecos; los pensamientos, helados. Mientras caminaba por la calle me di cuenta del pluralismo de lo real, de la extravagancia de la existencia: ¿y si todo fuera una ilusión? Sinceramente, a mí no me extrañaría.
La humedad relativa del aire rozaba el 90%, y la temperatura era de unos 8º Celsius, aproximadamente. No había ni una sola luz en los edificios y, por supuesto, menos aún en las farolas. Todas las persianas estaban bajadas, y las cortinas echadas. Poco a poco, el invierno entraba en mí y me quemaba por dentro. Las gotas de lluvia eran tan finas que prácticamente eran inobservables, pero su presencia era notoria en mi cuerpo. Casi no me dejaban ver. 
Llegué a mi casa y lo primero que encontré fue un portazo de mi madre. Hoy todo el mundo me daba portazos. Mi casa, por cierto, no era una excepción: sus persianas también estaban bajadas, y sus cortinas echadas.
El mundo es ahora un mundo que ha perdido la ilusión. En el metro ya no hay gente, y todo está al revés. Qué cruel. Es como si, al sacar una cuchara del cajón, la miraras y te vieras reflejado en ella totalmente dado la vuelta. Es la crueldad. Como siempre, los reflejos. Y, por cierto, no todas las puertas del metro se abren por la izquierda.

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