jueves, 24 de enero de 2013

Y tú, ¿te acuerdas?

Cuando los recuerdos se mezclan, muchas veces nos confunden.
La confusión es normal, puedes vivir tanto las experiencias ajenas cuando te son contadas, que las recuerdas como si fueran propias, incluso cosas que has vivido puedes mezclarlas con otras, como una tarde en la piscina con una mañana en el parque, mezclando las  personas que estuvieron y las que no, y contándolo seguro de que lo vivieron contigo.
Hay gente que dice que los recuerdos traumáticos son borrados de la mente, puro instinto de superviviencia, un intento del ser humano de sufrir un poco menos. Pero, ¿qué hay de aquellos recuerdos terribles, tus monstruos personales? ¿O de los que son tan buenos que duelen porque ya no están? ¿Qué pasa con esos recuerdos que no se mezclan, los que son tan claros y nítidos que los sientes como si los vivieras? Sí, aquellos que son peores que un sueño excesivamente real, incluso peores que una pesadilla. Esos son recuerdos extraños, son recuerdos de verdad, que se graban a fuego por dentro, no preguntéis cómo, sólo asumidlo. Estos recuerdos son una de las cosas que forman la actitud, los que, en parte, hacen de uno mismo lo que es. Con los que se aprende a vivir, y los que te matan. Esos recuerdos son tú, o por lo menos una parte de ti. Esos recuerdos me matan, me sacan lágrimas, me apuñalan y me empujan a lo más hondo que existe, pero también me levantan, me hacen sonreir, me curan y me dan la vida.
Yo los llamo recuerdos mágicos. No es que tengan magia por si mismos, pero digamos que todas las reacciones que producen, según el momento y cómo se miren, son cosas dignas de brujas y hechiceros.
Obviamente, depende de cada uno, pero hay algo que tengo claro, hay recuerdos que no se olvidan pero olvidamos cómo recordar.

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