martes, 1 de abril de 2014

La lluvia no siempre cae igual en los cristales.

Cuando iba en el tren me senté frente a un chico. Tenía un peinado cuidado, con su flequillo echado hacia atrás no sé con qué. No parecía gomina pero tampoco ningún producto de sujeción que yo me hubiese echado antes. Su mirada era inquisidora pero, a la vez, se advertía en ella una timidez causada por un secreto guardado. Veía en él un reflejo de mi rostro, de mi personalidad. Era como si un espejo se situase delante de mi asiento. Pero esta vez no era un reflejo, sino otra persona.
Eran las 12 de la mañana y había empezado a llover antes de que saliera de casa. Pude verlo mientras me vestía al salir de la ducha. La lluvia era finísima y dibujaba líneas aleatorias en la ventana de mi habitación que me hacían pensar en el pasado. Por quedarme pensando en cosas que no llevan a nada volví a llegar tarde a mi cita con la vida normal. Perdí el tren, pero me gustó perderlo. Me gustó cambiar de tren.
Ahora veía la lluvia detrás del chico de enfrente. Esta vez era más fuerte, más intensa. No había nubes dibujadas en el cielo, sino más bien una masa gris, uniforme y descomunal que llegaba a ennegrecerse por algunas zonas. Realmente asustaba. Fuera tronaba, y dentro yo me imaginaba la vida del chico de enfrente.
Siempre encontré divertido imaginarme la vida de los demás, de la gente de la calle con la que me cruzo y no me volveré a encontrar. Aunque debo admitir que nunca acabo terminando la historia porque siempre termino divagando y recordando historias de mi vida real. El caso es que me pasó algo distinto con el chico de enfrente. Empecé a imaginarme su historia, su vida. Qué escondía. Su secreto. Tal vez la razón de mi insistencia fue verme a mi en él, verme por dentro pero dado la vuelta. Yo no escondía secretos, él sí. ¿Serían sus secretos los mismos que yo me atreví a contar?
Llevaba puestos unos cascos negros anchos de alta fidelidad e intenté alzar la cabeza para escuchar su música, pero estaba demasiado baja como para poder apreciar sonido alguno. Sin embargo, estaba seguro de que conocía la canción que estaba escuchando. Sujetaba su chaqueta encima de las rodillas, como si tuviese calor pero no el suficiente como para guardarla en la mochila que tenía en el suelo. Me miró.
La próxima parada era la mía. Creo que volveré a perder el tren de mañana, tengo una historia que terminar.

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