domingo, 7 de abril de 2013

Tres de azúcar al café

Esta mañana he amanecido entre resacas y alarmas. Al desayunar se me han atragantado las ganas de seguir, pero rápidamente le he echado un trago a mi copa con carmín. El espejo me muestra una realidad finita que bajo el maquillaje está fija; y al coger la tren me desprendo de las horas y del andén, bajando la ventanilla tiro mis sonrisas, porque madrugar no tiene ni puta gracia. Curioso las caras irritantes de los pasajeros del viaje, trabajos mediocres que no les satisfacen pero tienen que subsistir a final de mes, ese final que empieza el día diez. No les puedo juzgar porque mi rutina es una mierda, siempre lo mismo y poco me llena, me estoy empezando a plantear si alguien me agujereó ociosamente para vivir vacía por siempre o simplemente no me amoldo a esta ciudad llena de gente.

Mi móvil se cae a trozos, ya no suena Nacho Vegas que le necesito para subsistir a esta alérgica primavera. El frío de Madrid se ha instalado en mis huesos, aún con ocho capas tiritando los tengo, pero a ti no, que eras mi sol, mi calor. No quiero recordarte, pero lo hago; intento abrazarte y la pared interrumpe a mis brazos, la distancia del beso más amargo. Sólo necesito que mis días vivan más deprisa para que no conozcan el final de su vida.

Mañana será el ayer final: Cafés, cigarrillos y por qués.

Hoy tengo versos mal recitados, las cicatrices peor curadas. Hoy tengo un recuerdo que no sé si es bueno o simplemente de odio eterno. Hoy en el bar el camarero me preguntó que qué quería tomar, yo le respondí por favor tres de azúcar al café, con dulzura se cesa la amargura. Por eso ahora me paso las noches recobrando la compostura, buscando alguien que no quepa por los agujeros de mi insólita locura.

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