lunes, 28 de abril de 2014

Díselo tú que yo me voy.

No amar
debe ser
como estar en Pompeya
cuando estalló el Besubio y no tener a quién salvar,
como que llegue el Verano
y no tener rutina de la que huir,
ni guarida a la que llegar,
ni despedidas antes de marcharte.

Como una infancia sin familia,
un amanecer sin sol
o una cama sin sábanas.

Lo que quiero que hagas
cuando no tengas hogar que dejar atrás,
es agarrarle la mano al primero que veas
y decirle que no está solo.

Pasarán dos cosas,
podrá mirarte como si estuvieras loca
o quizás se enamore,
aunque no se dé cuenta
de que tú
nunca podrás enamorarte
porque nunca has tenido rutina
ni hogar.

Ni escombros de los que salir
ni ruinas que reconstruir.

Debe de ser horrible no tener ruinas...
no sentirte arrasado por el huracán que se desata en un beso.

Dos lenguas asediando una boca ajena
hasta la muerte,
del beso digo.

Podría decirte que siempre hago lo correcto,
pero tendría que beberme mi copa, la tuya y la de todos mis compañeros
pero la mía primero.

No creo en Dios,
pero creo que deberíamos ir al aeropuerto,
para aplaudir a los que ya han tenido el valor de marcharse.

El valor de marcharse...
algún día lo encontraré,
y cuando me marche...
Cuando me marche díselo,
cuéntaselo todo.

Dile que fui yo,
la que tiro la piedra y escondió la mano.

Que fui yo quien le hizo no mirar atrás,
y por eso no pudo ver como me marchaba.

Dile que fui yo
quien nunca se rindió al capricho del amor,
que fui yo la que se arranco la flecha cuando ya se me había hundido en el pecho,
dile, que nunca encontré la punta,
que la carne se curó y la piel se cerró encima.

Dile que tuve el valor de marcharme
con la punta de flecha clavándose más en mi a cada paso que me alejaba.

Dile, a aquel desconocido,
 que le he soltado la mano
pero sigo caminando...

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