Era más, mucho más que
un poema, mejor incluso que la belleza,
que la garganta de Sabina,
la resaca de Bukowski,
la amistad de Ángel González y García Montero,
el camino de Kerouac
o Ginsberg aullando,
llegaba más allá que el salto de Tequila
y a los árboles de los Ronaldos
acababa por cruzarlos.
Era una mezcla entre los cuatro Beatles,
bajo la chulería de Jagger
posaba a lo Keith,
la ausencia a gritos de Neruda,
buscando de día a la luna de Lorca,
mientras en baladas de Extremo dormía.
Era tan frágil como los diamantes de Audry,
la causa de la rebeldía de James Dean,
su sonrisa era más amplia que toda la discografía de Queen.
Mejor que El perro Andaluz
las drogas del camarote de los hermanos Marx,
el beso de Peter Pan y Wendy,
mejor incluso que el sexo de las pelis españolas.
Así era
como me hacia sentir cuando me miraba,
con sus ojos llenos del sueño de una noche de invierno,
lo siento Shakespeare.
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