martes, 18 de febrero de 2014

Espectros, infiernos y seres demacrados (Reflejos III)

Recuerdo perfectamente la noche en que vi un espectro. Aquél día empezó como otro cualquiera: un Sol arrollador de mediados de julio, un calor que te derretía el cerebro de mediados de verano y una sed degolladora eran las características de cómo me levanté. En resumen, un día cualquiera de verano. Los periplos que me proponía hoy consistían en seguir tirado en la cama durante toda la mañana y no hacer nada hasta que cayera la noche salvo comer, dormir e ir al baño cuando fuera necesario. El calor era tan sofocante que ahogaba cada célula que vivía en mí, y eso me quitaba las ganas de hacer cualquier cosa que conllevara esfuerzo físico y/o psíquico. Lo único que me apetecía era seguir en la cama.

Llamaron al timbre a eso de las 15. El cartero venía a dejar las cartas, tal como era habitual de la hora concernida. Fue una excusa para levantarme de la cama y ponerme a hacer la comida o el desayuno, según se viera. Bajé las escaleras que estaban totalmente a oscuras porque el Sol daba en el otro ala del edificio y abrí la puerta de mi caserón para que el cartero me dejara el correo en la mano. Sólo eran facturas. El cartero iba con el traje amarillo típico de la empresa. Se podía apreciar cómo le sudaban tanto la frente como las axilas, que empapaban la camisa de su traje, dejándola de un color amarillo ocre. Subí las escaleras y puse agua a cocer.

El agua empezó a hervir a eso de las 15:05 y fue entonces cuando eché los macarrones, dejándolos cocer dos minutos. En lo que cocían estuve leyendo Los renglones torcidos de Dios y escuchando Bring on the dancing horses, de Echo and the Bunnymen, pero poco tiempo tuve para ello. Después de comer aún tenía energías para dormir de nuevo.

En ese intervalo de tiempo soñé con el diablo. Vi el infierno con mis propios ojos oníricos, y la verdad es que no estaba tan mal. Se parecía a la Tierra, se parecía al lugar donde vivo. Los seres que lo habitaban no se parecían físicamente a las personas, pero su forma de actuar me recordaba terriblemente a ella. Morfológicamente hablando, eran más grandes que yo, mucho más delgados (a pesar de que yo peso 52kg) y el color de su piel era rojo tostado. Lo único que vi fue cómo unos fornicaban, como clavaban sus penes en sus ortos y en sus rajas. Otros en cambio se pegaban, aplastaban sus cráneos con sus pies en el suelo, destrozando salvajemente lo que parecía su sistema nervioso central. Sin embargo, no sentí ningún miedo, pues me sentí plenamente identificado con el mundo que me rodeaba, con el mundo real. Poco diferían los seres del infierno con los seres humanos incluso cercanos a mí, que salían de noche y se liaban los unos con los otros y se tiraban y follaban a todos los seres capaces de moverse. Yo caminaba por ese desierto humeante, más parecido al desierto de Alabama que a otra cosa. Intentaba llegar al borde de una colina porque podía distinguir desde lejos una figura extraña, parecida una silla. En el camino muchos seres me ofrecieron fornicar, mientras babeaban y se desquiciaban sin participar yo mismo en la conversación. Conseguí llegar impune a la colina y distinguí claramente el objeto que veía en la lejanía: era un trono con un cuadro flotante detrás. En él había un ser extraño a todos los demás que existían en ese desierto, en el infierno. Me acerqué y empezó a hablarme.
- Hola. Veo que has sabido llegar aquí- Dijo.
- ¿Quién eres?- Pregunté, sin establecer ningún tipo de contacto físico entre ambos y sin levantar una sola ceja de mi rostro.
- ¿Acaso no sabes quién soy?- Preguntó. - Soy el mismísimo diablo, el ángel caído, la maldad que habita en todas las personas de tu planeta. Estoy encerrado en este cuadro como castigo para ver todos los pecados que cometí, por alzarme al Santísimo y rebatir sus opiniones.-
Dí un paso atrás.
- Soy la belleza que existe en los ojos de las personas superficiales, ¡todas! Soy la lengua de aquellos que han lamido penes tan grandes como columnas vertebrales. Soy la garganta que ha gritado que no a todas las imposiciones del Estado. ¡Soy Satanás! ¿Me entiendes? ¿Lo entiendes ahora?
Esta vez, levante mi puño contra el cuadro y se partió en mil pedazos, pues no era un cuadro. Era un espejo.

Me desperté sudoroso y angustiado a las 20:37. Esta sería otra noche que no podría dormir, pero lo tenía merecido por hacerlo durante todo el día. Me puse unos vaqueros y una camiseta lisa blanca, cogí el paquete de Marlboro y me calcé. Salí a pasear. Una vez hube bajado las escaleras esta vez con la tenue luz del anochecer y hube abierto la puerta de mi casa, noté un refrescante soplido de aire fresco. Me había crecido tanto el pelo que se me caía el tupé a los ojos y tenía que estar peinándome constantemente. Fumé como un descosido un cigarrillo, con tanta velocidad que casi no me había dado tiempo a llegar al bosque donde iba a sentarme. Al final había acabado por cambiar mis planes de vaguear durante todo el día por dormir, tener una pesadilla y tener que salir a refrescarme con la noche de verano propuesta.
Una vez llegué al bosque, me senté en la tierra y esperé que anocheciera. El bosque estaba en un cerro a las afueras de mi barrio, cerca de donde yo vivía, por lo que era frecuente que bajara allí a despejarme cuando lo veía necesario. La tierra estaba mojada y los árboles secos, dando una sensación de artificialidad plástica vivida sólo en los sueños o en realidades de un día como hoy. Reflexioné. Quizás mi vida no valía la pena. No tenía nada, salvo mis sueños y papeles basura donde los plasmaba. Quizás estuviera muerto en vida. Quizás.

O, tal vez, yo era un fantasma. No un fantasma de cuento para asustar a los niños, ni tampoco un fantasma que asustaría a la gente, sino simplemente alguien que pasa desapercibido. Alguien que pasa tan desapercibido que se convierte en lo más vistoso para los demás. Como el Ángel Caído en el infierno.

Esa noche vi un espectro. Me vi a mí.

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